Francisca

Alejandra Atala ha tenido la valentía de escribir la historia de una niña-muñeca, espantable y aternurante, como un tarro de miel que embija las manos al sacar la dulzura pegosteosa. Muchos escritores insignes han caminado el sendero multiplicado por los peligros del tema, Atala ha salido victoriosa del empeño dándonos una historia corta enorme y muy difícil de hacer a un lado, como si tratara de atraparnos en los terrores ya experimentados por tantos genios de las letras y saliera avante con su hermosa pica en Flandes. Alejandra Atala ya habíanos dado muestras de su talento literario, de su vocación constante además de estilo, su preciosa manera de trabajar la prosa con gran erudición y sin faltar en nada de lo que se nos enseñó en la escuela.

Es Francisca una señera y dolorosa historia de amor entre niñas, entre dos cercanas dolientes coincidiendo en el mundo en su destino, la una inteligente y llena de sensibilidad y la otra con el designio de masticar su lengua hasta el final de la vida, inerme al movimiento, a la palabra, sufriendo un infierno go interior como los otros seres, los que vamos por el mundo como gente normal, digamos, ocultas las llamas, la tortura, las soledades en cadena. Simplemente a Francisca se le veían más las dolencias, los demonios internos más crueles que los de muchas montañas mágicas pues hasta la belleza del rostro le había sido negada. Pero la relatora lo sabía y Francisca también, o tal vez ninguna de las dos, quizá la niña de la casita de muñecas y la muchachita víctima del síndrome de Down, sólo jugaban en la infancia a contemplarse en sus grandes diferencias, la una niña y la otra monstruo, de la misma casa primigenia, del tronco de la abuela hacedora de casitas reales y para jugar, mas cuán distantes ambas de la realidad, y quién sabe cuál de las dos más sufrientes.

Me gustan enormemente los temas que Alejandra Atala me presenta, entiendo nuestras diferencias, ella académica y entercada en una juventud literaria como fue la mía. Me impresiona también los asuntos difíciles e intrincados escogidos, llenos de trampas y peligros y no obstante evitados con gran elegancia y, hay que decirlo, talento para manejar las letras. Atala es un ser maravilloso. Su ojos de muchacha miran la vida con tal sorpresa que parecen ventanas donde dos niñas se asoman a ver qué pasa en esto de la existencia, por eso la temeridad de Atala, su estar de lleno viviendo su propísimo destino, con sus hijos, su lucha descarnada por seguir adelante y no abandonar la mesa de trabajo escogida por ella para allí escribir las grandes novelas prometidas para nosotros sus lectores, el montón de lectores sin podernos negar; ¿verdad Atala querida?

Me ha dolido mucho Francisca, por lo contado y por cómo lo cuenta la autora. Recuerdo la casa de muñecas de mi abuela, sus mueblecitos, sus vajillas diminutas, sus cestos conmovedores, sus lamparitas, camitas, sabanitas, ventanitas, y por las ventanitas el montañoso paisaje cerrero de Guanajuato visto desde la azotea dorada del sol y con las etéreas sombras de mis tías secando sus cabelleras largas al medio día y mi madre y ellas, con los uniformes del Colegio del Sagrado Corazón, discutiendo algo que nunca sabré aunque estudie fijamente las fotografías donde discurre el pasado y probablemente algo tan espantoso como una sobrina retrasada oculta en un cuarto.

Muy bien por Atala Alejandra, su hermosa vida me conmueve.

María Luisa Mendoza

México D.F. 17 de julio del 2010

Atala, Alejandra. Francisca. Ed. Felou. México, D.F., 2014   103 páginas

ISBN  568 429 8416 0 30

 

De Francisca

Prólogo

     A finales de 1997, Alejandra Atala entregó al público su primer libro: Tapicería de cuentos. A lo largo de los veinticinco relatos que lo componen, Alejandra nos introdujo en los sentimientos y las pasiones que habitan los seres de un mundo burgués: los enamoramientos de la juventud, la insatisfacción conyugal, el adulterio, los deseos insatisfechos, los sueños de la soledad, las traiciones de la amistad. Se componían, semejantes al título del libro, como un paño en el que se copiaban cuadros de la vida cotidiana. Buscando la objetividad del tapiz, las construcciones de sus cuentos son casi decorados. Por ello escribí alguna vez, al referirme a esa tapicería: “Atala no da una opinión, nos desliza, mediante giros del lenguaje, juicios sobre la realidad. Contenida, hasta construir la anécdota como un enunciado, los caracteres con pinceladas, los diálogos con la sugerencia, Atala nos permite habitar un mundo, no enjuiciarlo.”

     Ha pasado el tiempo y ahora nos entrega su segundo libro, De Francisca.

     Lo que asombra de esta novela corta es la profundidad que Alejandra Atala ha adquirido. Si los relatos de Tapicería de cuentos, como lo he dicho, son casi cuadros, De Francisca, sin perder la contención de las narraciones anteriores, es una historia donde los sentimientos de una niña y una tía que padece el síndrome de Down se cruzan y se entrecruzan, produciendo el encuentro con la substancialidad del amor. El amor, parece decirnos  Atala en De Francisca, no es una atracción, no es un buen sentimiento, es una buena voluntad que, al irse cumpliendo, nos conduce a su fuente: el reconocimiento del otro que, más allá de su fealdad y de su miseria, nos sobrepasa, nos saca de nosotros mismos y nos conduce a la intimidad.

     Cuando leí De Francisca, vino inmediatamente a mi memoria aquella frase del canadiense Jean Venier, ese hombre que vive en comunidad con discapacitados mentales y que ha escrito varios de los libros más hermosos sobre el amor: “El lugar de la herida, es el lugar del encuentro”.

     De Francisca, podría decirse, es un relato de ese misterio: la herida de la inocencia infantil, tocada por la herida de la discapacidad de una mujer madura, Francisca, provoca ese encuentro en donde los seres humanos se descubren, se reconocen y se trascienden.

                                                                          Javier Sicilia ( 2003 )      

Atala, Alejandra.  De Francisca. Ed. Toma y Lee, México, D.F., 2003

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