
Caja balsámica de alabastro
Del vehículo en sí
De un poema moderno, más que su originalidad lingüística o sus giros novedosos e inusitados, me llama la atención el anclaje a las profundidades de su tradición, llámese a esto canon occidental, religiosidad judeocristiana, realidades de las honduras y complejidades del medieval amor cortés, o temática de la vida y la muerte.
Creo que no hay poeta digno de llamarse tal cuyo viaje con y en la palabra no termine en estos ríos que van a dar a la mar que es… Siempre y cuando, claro, el vehículo sea íntegro. Siempre y cuando sea él a quien se rinda homenaje. Siempre y cuando el artista sepa hacerse a un lado y no pasarse de listo. Siempre y cuando admita que es la lengua, su cuerpo luminoso, quien dará brillo al nuevo lenguaje que pretende crear.
Para mí, entonces, son éstos, lengua y lenguaje, los faros del mundo, los que iluminan u oscurecen el camino de esta vida. El poema vive gracias a ellos, y son ellos quienes lo someten a la prueba de fuego expresiva, la que ha reunido desde siempre a la belleza y a la verdad en el mismo sitio, en el mismo tiempo.
Tanto en la actualidad como en la antigüedad de nuestra literatura, nunca se ha logrado sostener un poema exclusivamente basado en las emociones. Éste tiene que ser conducido por un intelecto poderoso, que sepa no dejarse dominar por sentimientos demasiado personales. Una vez en estos terrenos, muchas e inagotables son las indagatorias, las maneras de decir, y eso sí dependerá de cada quien.
Si tuviéramos que marcar la diferencia –haciendo alarde de sumo atrevimiento- entre poesía femenina y masculina, uno de los asuntos que llaman la atención es el modus operandi. En general, la masculina parte de la observación del mundo, para hallarlo reflejado, más tarde y más adelante, en el interior individual. La femenina procede al revés: surge de la observación de sí misma, para encontrar su espejo en el mundo después. Reposo del silencio se ubica en estos terrenos, sin duda, en el de las exploraciones femeninas de plática con la almohada, de conversación absolutamente íntima. Cada uno de sus cantos puede hacer las veces de vasija oracular, nutrida por la poeta de preguntas que por su boca se irán respondiendo. El tema mismo, la realidad de una sacerdotisa, no podría haberse abordado de la misma manera, creo yo, desde una perspectiva masculina.
Del doble triángulo
Estamos ante una recreación de la persona de María Magdalena quien, a lo largo de estos cantos y por medio de una oscilación de prosa y verso, descripción y monólogo, diálogo consigo misma y con Dios, va dando testimonio del misterio revelado en su persona por vía del amor. El triángulo, utilizado por algunas fuentes folclóricas como símbolo de la Diosa en su carácter de sabia hechicera, define a Magdalena como intelecto creativo, poeta, sacerdotisa. Según la literatura gnóstica cristiana, había una santísima trinidad de mujeres, copia o eco de las Moiras griegas, de pie junto al árbol del sacrificio del dios, tal como las tres Marías que estuvieron junto a la cruz durante la agonía y muerte de Jesús. También la crisma la representa en numerosas obras de pintores cristianos, identificándola con quien volvió a Cristo “el Ungido”, aplicándole un bálsamo en la cabeza (Mateo) o en los pies (Juan), como acto previo a su enterramiento. Magdalena y sus acompañantes siguieron oficiando en calidad de sacerdotisas del drama sagrado tradicional, al anunciar la resurrección del rey de reyes a sus seguidores, a quienes no se permitía guardar vigilia en persona junto a la tumba: ella fue la primera en observar y dar noticia del milagro. La ceremonia de la unción era oficio femenino, pues representaba un “nacimiento” bautismal a la majestad. Hay triángulos en la pintura clásica que hablan del artista como la mano que cierra una imagen de tres lados, haciéndolo una especie de único hierofante capaz de acercarse a la escena para reproducirla. Tiziano y Correggio tienen cuadros que incluso llevan el mismo título, Noli me tangere, “no me toques”, frase con que Cristo (un lado, el divino) impide que María Magdalena (segundo lado, el humano) se le acerque demasiado, y da en cambio a la obra encendida (tercer lado, la visión artística) la posibilidad de condensar ese misterio.
Y así van de la mano y de tres en tres, curiosamente, los poetas que se han sentido atraídos por la relación Jesús-Magdalena. De momento pienso –por dar tres ejemplos contemporáneos, predecesores muy recientes de Alejandra Atala- en el “Domingo en la mañana” de Wallace Stevens, el “Noli me tangere” de Alberto Blanco y “Las bodas místicas” de Javier Sicilia. He aquí tres voces masculinas cuyo procedimiento parte de la observación de un diálogo tácito y silencioso que el poeta se permite elaborar, como si se tratara de una pregunta, y responder. Sicilia hace al Salvador pedirle a su sacerdotisa que no se vaya (“tu ausencia me lastima”), mientras ella insiste en que le permita partir; aquí la necesidad de Él es más urgente, más imperativa, y en ella radica la tensión. Blanco propone a Magdalena como protagonista, como generadora del deseo doloroso (“tu fuego me lastima”): Él no quiere retenerla, sino que lo deje ir. Wallace Stevens va más allá de la interpretación del “no me toques”. Él sí anhela apresar la luz que se manifestó entre Cristo y la Mujer para entrever ahí el Paraíso, es decir, el sentido que puede tener que un poeta mire de frente la profundidad espiritual de un encuentro semejante. No habla de “lastimar”, sino concretamente de la unión de placer y dolor como una gracia plena, derecho de paso a la eternidad. “La muerte es la madre de la belleza”, afirma, eliminando de cuajo la potencia del deseo (éste sí muy presente en los otros dos poemas mencionados).
Alejandra Atala parece abrevar en las tres fuentes, para impulsar la exploración desde sí misma, desde su naturaleza femenina. No tiene dudas respecto del sentir de Magdalena, de su manera peculiar de preguntarse y responderse, de aseverar o negar siempre a la espera del qué dirá la Voz con mayúscula. Ni la ausencia ni el fuego, sino “tu silencio me lastima”. Que hable, que se manifieste en voces comprensibles, paradójicamente, esa falta de palabras que constituye la esencia divina. Hace lo suyo, como poeta: merodea la boda mística, el amor, empleando el Verbo desde varios ángulos: describe hechos entrecomilladamente reales, dueña de un tono confesional, y eleva cantos líricos desde ellos; ensimismada, busca “el cauce de preguntas que llegan a la luz”; en su integridad mujeril pretende hallar la imagen del mundo en plena oscilación discursiva. Y todo para aliviar la fiebre de un silencio obligado, y hacerlo descansar. En el fondo, queriendo ser figurativa (como Blanco y Sicilia), muestra su capacidad abstracta, a la manera de Wallace Stevens, quien buscaba la quietud sagrada, la calma que se oscurece entre las luces, la tranquilidad que permita el paso de pies soñadores en la silenciosa Palestina. Atala busca la “transparencia oculta tras indolentes razonamientos”, la paz sin demasiado intento de explicación a lo inexplicable, aunque se ve atenazada por el “vaivén de lacerantes cuestionamientos”.
Así pues, la revelación de lo inasible no podrá encontrarse por la vía filosófica, por más sofisticada que ésta sea. Acaso la poesía, el canto, sí se aproxime, en todo caso, a la convivencia de las esferas humana y divina, y nos presente “al dios desnudo […] como una fuente salvaje”. El canto de los sacerdotes de hoy, los poetas sin género, “será un canto del paraíso, nacido de la sangre que regresa al cielo”, parece susurrarle Stevens a Alejandra Atala, pues a ella pertenece la voz de “ave / mujer que vuela y trina” en medio de un silencio quieto y descrito.
Pura López Colomé
Atala, Alejandra. Reposo del silencio. Ed. Porrúa. México, D.F., 2008 75 páginas
ISBN 978-607-9-00067-7
La Jornada de Morelos
ABORDA ALEJANDRA ATALA A MARIA MAGDALENA EN REPOSO DEL SILENCIO
Escrito por Jorge Sifuentes Cañas
Jueves, 12 de Marzo de 2009 00:00
CUERNAVACA. Reposo del silencio es un libro que contiene básicamente un sentido espiritual, en una época en la que el ser humano se está vaciando completamente. De acuerdo con Alejandra Atala, su autora, resultó desconcertante al principio porque ni ella misma sabía cuál era el sentido de la obra.
Luego de la presentación, realizada recientemente en La Tallera, Museo Casa Estudio de David Alfaro Sequeiros con los comentarios de Pura López Colomé y Javier Sicilia, Atala dijo que Reposo del silencio “es un libro que se impuso con su tema y con su forma, que también es poco común”.
De acuerdo con la escritora, la intención era realizar una novela sobre María Magdalena, “porque llevaba unos 10 u 11 años leyendo acerca de este apasionante personaje de la historia y de La Biblia, pero por más que busqué la manera de hacerlo novela nació así, en 34 cantos, en donde se van alternando concomitantemente la prosa y el verso; y sin embargo, todos son cantos que tienen una unidad”.
“Desde tu punto de vista, ¿qué significa la figura de María Magdalena?”, se le cuestiona y responde convencida: “La liberación del espíritu y la purificación de la carne. Es un personaje que ha influido en mí desde el momento en que comienzo a leerla y a buscar más información acerca de ella; justamente por la enormidad de este ser, que existió y que existe incluso, porque la seguimos mencionando, leyendo y tratando de muchos modos; hay una especie de identificación, porque lo que nos está mostrando María Magdalena es un evangelio, ella tiene su propio evangelio que nos habla de la evolución y de la vida espiritual”.
Asimismo, agrega: “Y justamente es contrario a lo que se dice de ella. Todo mundo la identifica como la carne, el cuerpo; quizá fue prostituta, quizá no. Pero fue la apóstol número uno de Cristo, porque para ser apóstol tienes que cumplir con tres cosas básicamente, según dice el canon. Una, el haber vivido la enseñanza de Cristo en persona; dos, el haber predicado la palabra de Cristo, y tres, el haber sido testigo de la resurrección de Cristo. María Magdalena es la primera que ve a Cristo cuando él resucita”.
Alejandra Atala también se refirió a la “forma” del libro “y creo superó mis propias expectativas. Fue una sorpresa enorme hasta que detuve la escritura y ya no pude escribir nada más, sino dejarlo fluir, porque me asustaba un poco la forma no convencional en los cánones literarios y poéticos; sin embargo, andando el tiempo y ya escrito el libro, encontré que los poetas árabes de la antigüedad, es decir hace mil años, ya alternaban concomitantemente verso y prosa. Lo que a mí me impresiona de la experiencia con este libro es, como dice Pedro Salinas, que alegría vivir sintiéndose vivido; el libro me vivió”.
Finalmente, asegura Atala, la poesía es como el amor mismo, “el amor se dice en metáforas y la poesía se dice en metáforas, como dice Fray Luis de León, basta extender la mano para tomarla, con absoluta reverencia y humildad”.
Diario de Morelos
UN ACERCAMIENTO A REPOSO DEL SILENCIO, DE ALEJANDRA ATALA
Por Máximo Cerdio
kalimerio@yahoo.com
Casi desde sus inicios, las artes se han mezclado. En literatura, la línea que separa los géneros es cada vez menos perceptible, incluso en algunos casos no hay división, y más todavía: se han formado subgéneros. Entre los ejemplos próximos están Paradiso, del cubano José Lezama Lima y Guerra en el paraíso, del mexicano Carlos Montemayor, dos libros escritos en prosa con un contenido poético que no precisan el apoyo del ritmo que da el metro, muy por el contrario, se podría decir que les estorba. (El caso más extremo y logrado es Finnegan´s Wake, de James Joyce. Pero esta harina es de otro costal).
El fenómeno se debe a que los poetas y escritores han necesitado explicar el mundo en su complejidad y, por ello, integran en la obra elementos o recursos del periodismo, de la prosa y la poesía. Sino hay habilidad para manejar las herramientas, la obra puede terminar en un mazacote o en una entidad estúpida que nos siga a todas partes como un Golem, pero si se es lo suficientemente diestro, es posible lograr una fusión que refleje lo complicado que puede ser cualquier hecho por sencillo que parezca. Éste es el caso de Reposo del silencio, de la escritora morelense Alejandra Atala.
El libro de Alejandra Atala Reposo del silencio, es una obra particular; rara en el sentido de singular o poco frecuente, y su raridad es doble: el tema que aborda: pasajes de la vida de María Magdalena, y la forma en que lo resuelve: el verso y la prosa.
La poesía y el arte en general no re-producen porque no pueden, ya que todo es único e irrepetible y ocupa un espacio en la naturaleza; ni copian porque entonces ya no sería arte. El arte extiende o prolonga la realidad, la hace más extensa, la deconstruye y muchas veces crea otra realidad. Al parecer, éste es el razonamiento de los pasajes de María Magdalena y su experiencia con Jesús de Nazaret, que revela Alejandra Atala en el Reposo del silencio.
La fuente no es ni pueden ser nada más los fragmentos de historia de los evangelios oficiales. Atala recurre, además, al bloque de los 50 textos que descartó el papa Gelasio I en el año 494, conocidos como evangelios gnóstico o apócrifos, y de entre ellos destaca el de María Magdalena. Entre las particularidades que lo distinguen, este evangelio prohibido otorga un papel más activo, más protagónico a Magdalena: según parece, Jesucristo reveló a ésta última ciertas verdades que sus apóstoles desconocían y María, a su vez, la revela en estos textos.
Con estas dos versiones y con espacios vacíos, Alejandra Atala construye una historia alterna sobre María Magdalena para descubrirnos que la calma del silencio es sólo aparente. La historia así, tiene una secuela, una continuidad que sería imposible si no fuera porque la autora incorpora su versión y su visión de este tan significativo personaje.
A un argumento particular, se incorpora una forma también singular. Quienes están acostumbrados a leer poesía en verso, el Reposo del silencio le parecerá una obra extraña porque combina dos géneros.
En relación con este aspecto del poema, los argumentos originales tienen forma de versículos (en Lucas 8:2, el verso dice así: “Y algunas mujeres que habían sido curadas de malos espíritus y de enfermedades: María, que se llamaba Magdalena, de la cual habían salido siete demonios.”), y tal vez se esperaría que la poeta resolviera la trama empleando esta estructura versicular. Pero no es así.
Otro elemento es el nombre que Atala da a las 34 partes en las que divide el libro: cantos. El diccionario de la Real Academia Española de 1729, consigna que canto significa acción y efecto de cantar; o cualquiera de las partes en que está dividido un poema épico o, asimismo, especie de poema épico escrito al estilo heroico, llamado así por la semejanza con los poemas épicos (“Canta, oh diosa, la cólera del Pelida Aquiles; cólera funesta que causó infinitos males a los aqueos y precipitó al Hades muchas almas valerosas de héroes”). Así las cosas, Alejandra Atala podría haber recurrido a la versificación griega, pero tampoco la emplea.
Conforme uno va avanzando en la lectura del libro, cae en la cuenta que el nombre de las secciones es menos complicada y más bien se refiere al fondo que a la forma del libro, ya que “canto” también es la extremidad o lado de cualquier parte o sitio y aunque esta afirmación pareciera muy alejada del campo semántico del nombre del libro o del poema, resultaría muy próximo si en su lectura encontramos que el texto es parte o “canto” de la historia de María (en hebreo “la vidente”, “la profeta”, “la estrella de mar”, “la elegida”, la señora, “rebelión del pueblo”) la de Magdala
Para concluir esta cuestión, la lectura total del libro nos lleva a la conclusión de que en Reposo del silencio, el fondo o argumento va moldeando a la forma. La poeta pone al servicio del argumento las herramientas de la literatura, los recursos de la poesía y de la prosa. Una escritora aficionada, tal vez se hubiera dejado llevar sólo por el verso o la prosa poética y no se hubiera atrevido a emplear el relato, pero Alejandra cuenta y canta con la misma facilidad porque tiene oficio.
Pocas son las poetas que seducen al lector y lo encaminan, de asombro en asombro por los laberintos de sensaciones que son capaces de evocar las palabras, que lo invitan a seguir una lectura, a construir una historia, a participar en ella, que lo retan, pues. El reposo del silencio no es un libro fácil de entender, es el texto, de un texto, de un texto, de un texto de una historia en el cual el lector debe aguzar sus sentidos, su memoria y su inteligencia; esto, es algo que cualquier buen lector debe agradecerle a la poeta Alejandra Atala.